Era una noche fría
donde los gatos azules
se escondían
en la sombra
de los árboles
que decían
que no se nombra
a los gatos de colores.
Era una mañana tibia
donde los semáforos erraban
el color de su movimiento.
En la que la estría
de los que andaban
cerraba nuestro pensamiento.
Era una tarde de agosto
y ya se podía ver,
en el final de la montaña,
salía para volverse a esconder.
Algo de maría y costo,
para pasar de la mañana,
a poder ser,
algo por lo que no querer
a una madrugada.
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